Escrita por: Fernanda Mexía
Odilia Chávez ha cruzado tantas veces de forma clandestina la frontera entre México y EE.UU. que podría ser coyote, pero con lo que sueña esta campesina es con una reforma migratoria que legalice su estatus al igual que el de su hijo José Eduardo, un estudiante sin papeles que quiere ser abogado.
Su caso es uno más de esos que naufragan en un sistema migratorio que hace aguas en Estados Unidos, un país donde 11 millones de personas que llegaron por necesidad residen sin permiso.
Odilia tenía 26 años cuando el 8 de abril de 1999 emprendió junto con otros compatriotas la transitada ruta a pie por el desierto para entrar en Arizona, un recorrido que hizo sin su niño, que por entonces tenía 4 años y quedó al cuidado de su abuela en un aislado rancho del estado de Oaxaca.
Se estableció en Madera, el agrícola valle central californiano, para dedicarse a la recolección de la fresa y el tomate y ganar lo que en México no lograba ni compaginando tres empleos.
Pero parte de sus ingresos se los gastaba en volver a su tierra por Navidad para visitar a su hijo.
“Fui a verlo cuatro años consecutivos”, recordó a Efe la mujer que narra sus viajes con cierta distancia emocional, como si el trance de pasar ilegalmente la frontera de EE.UU. fuera un asunto menor.
“Varias veces me agarraron. Nos sacaban para México los oficiales de migración”, se limitó a explicar Odilia Chávez.
La madre y su hijo se comunicaban esporádicamente por teléfono (la conexión telefónica más cercana del lugar donde residía el niño estaba a dos horas de camino) y se enviaban mensajes a través de un programa llamado “Vuela Vuela Palomita” de la emisora oaxaqueña XETLA.
“Todos los días me ponía atento a la radio para ver si me hablaba y me mandaba un saludo”, comentó José Eduardo, que ahora tiene 19 años y a quien su madre solía dedicar el tema “Cinco mil verdes”, una canción que relata el despecho de un emigrante en California interpretada por el grupo regional mexicano Súper Sosa.
Aquella separación terminó en 2004, cuando Odilia regresó a México dispuesta a llevarse consigo a José Eduardo.
“Atravesamos México en autobús hasta Sonoyta (localidad fronteriza en el estado de Sonora, junto a Arizona). Recuerdo que lo asaltaron a punta de pistola”, relató el joven.
“Caminamos tres noches. Hacía un frío insoportable y me enfermé de comer solo tortilla de harina con chile, vinagre y mayonesa. Nos detuvo la patrulla fronteriza y nos enviaron a Nogales (México), pero a las tres semanas volvimos a intentarlo”, declaró.
En esa nueva tentativa el coyote les llevó por una ruta más larga, pasaron escondidos horas entre acequias secas y campos de naranjos, les llevaron hacinados en camionetas de las que les obligaron a saltar en marcha hasta que finalmente les recogió un vehículo que les llevó a una casa en Phoenix, última parada antes de su destino en California.
“Sabía los riesgos pero yo quería estar con él, me arriesgué y valió la pena. Ahora es un excelente estudiante”, confiesa satisfecha Odilia, quien escucha cómo su hijo habla de sus aspiraciones que pasan por graduarse de Ciencias Políticas en 4 años y conseguir una beca para trabajar para el gobierno federal o el californiano.
“Finalmente me gustaría hacer la carrera de abogacía en la Escuela de Leyes. He visto muchas injusticias y siempre he tenido ganas de ayudar”, indicó José Eduardo Chávez.
Este mexicano es un activista a favor de la reforma migratoria, miembro desde 2010 de la Asociación de Jóvenes del Valle Central así como del grupo “Dreamers” (Soñadores) de la Universidad Fresno Pacific, que trata de concienciar sobre la inmigración.
En agosto de 2012, la Casa Blanca activó un alivio temporal para jóvenes inmigrantes indocumentados que crecieron en EE.UU., la llamada “acción diferida”, que permite a personas como José Eduardo postergar su deportación y obtener un permiso de trabajo temporal.
Para él y para su madre, la meta está en una reforma migratoria integral que legalice su estatus.
“Lo primero que haría”, dijo ilusionada Odilia, “es ir al Departamento de Vehículo a Motor (DMV) para sacarme la licencia. La policía del pueblo nos para por ser latinos y nos multa. Después iría a ver a mi madre a México”, explicó.
José Eduardo querría también ver a su abuela, pero antes de cruzar la frontera hacia su país natal, ya con todos los papeles en regla, pondría “una bandera de EE.UU. a la entrada de casa”.
“No se imagina las ganas que tengo de hacerlo”, confesó a Efe.
Esta historia no le pertenece ni fue redactada por La Fuente Cargo, es del sitio web sociedad “Historias de la frontera”.